Arquidiócesis Primada de México
Diaconado Permanente
Quiénes
somos
Qué
hacemos
Cómo nos
preparamos
Documentos de la
Iglesia
Comisión para la Formación y
Vida del Diaconado Permanente
Generaciones
Mons. Guillermo Ortiz Mondragón
Obispo de Cuautitlán
RELACIONES HUMANAS, ECLESIALES y PASTORALES
EN LA VIDA Y MINISTERIO DE LOS DI�CONOS PERMANENTES

Octubre 16 de 2009                                                                                          + Guillermo Ortiz Mondragón

Hacia una antropología de base

Saber de qué hablamos, que significa lo que decimos, es el punto de partida para un diálogo. Por eso, antes de entrar en el tema, es importante
definir algunos elementos de base que utilizaremos en adelante.
Decir persona es decir sujeto en proceso, sujeto en comunión. Son dos aspectos que se interrelacionan por el hecho mismo de la individualidad y la
identidad personal.

En un análisis fenomenológico, sencillo podemos afirmar lo siguiente.

• La persona que es gestada en el seno materno es la misma que aparece luego en su niñez, adolescencia, juventud, adultez, ancianidad. Es
importante anotar que, en su gestación, recibe la herencia de sus padres: a través de la fecundación, la unión del gameto masculino y el gameto
femenino, comienza un proceso de continuo desarrollo en donde, la etapa anterior no se pierde, sino que se trasforma en otra etapa de desarrollo
superior, más completo.
• Tiene una continuidad que marcamos en diversas etapas. La misma persona en el seno materno se relaciona con la madre, con el padre; al nacer
con ellos mismos, pero al mismo tiempo va encontrando la relación con las demás personas en la familia nuclear, en la extensa, en las relaciones que
ambas tienen con el ambiente; después en la escuela en sus diversas etapas, en la sociedad con distintos sectores.
• Junto a estas dimensiones, está el desarrollo psicológico en donde están los aspectos intelectual, afectivo, emocional, sensitivo.
• Al aparecer la conciencia de sí, la aspiración a la libertad y la identidad, en relación con los demás, de la aspiración al crecimiento, aparece el
sentido del bien y del mal, que puede ser muy pragmático o constructivo, o trascendental. Es el sentido moral, en el que se confronta la propia libertad y
el propio anhelo, con el derecho de los demás a esa misma libertad y anhelo. El sentido del respeto a la persona, a la vida, en general los derechos
humanos, la ley natural, la ley humana, la revelación divina del amor.
• Aquí ya anotamos una dimensión genética, fisiológica, psicomotriz, psicológica, moral, unida a una dimensión de socialización. Unas y otras
dimensiones son inseparables, es necesario que estén unidas, integradas, coordinadas.
• El punto de referencia de integración en la persona es la dimensión espiritual, que mira al desarrollo de sentido, a la orientación fundamental de
la existencia a través de la libertad y lo que llamamos una vocación aquí aparece por una parte, desde la fe, el llamado de Dios y, por otra, desde la
fuerza del yo interior, la búsqueda de crecimiento integral. De ahí que esta dimensión espiritual pueda limitarse a una cosmovisión inmanente,
limitada al aquí y ahora; o bien trascender la realidad inmanente y llegar a la respuesta a Dios (el Otro, el Trascendente, el Padre).
• ¿Cuántas dimensiones podemos contar en la persona humana? Dentro de dichas dimensiones, ¿cuántos aspectos podemos enumerar? Y si
cada dimensión y cada aspecto son estudiados por una ciencia experimental, por una ciencia filosófica, por la teología, ¿cuánto hemos de estudiar
para decir que, en realidad, podemos hablar de la persona humana? Para hablar de la persona humana hemos de tener una cosmovisión
interdisciplinar, formar constructos transdisciplinarios, que nos ayuden en el proceso de integración de, hasta donde sea posible, una descripción
unitaria de la misma persona humana.
Una anotación que considero importante para nosotros, es la dimensión espiritual. Algunos hablan de espiritualidad sin tener referencia a Dios, sólo a
una dimensión de valores y aspiraciones, sin sentido de la trascendencia.
Nosotros lo especificamos en el contexto católico de la revelación. Un científico experimental que estudia la psicología, la sociología, la medicina,
la antropología etc., no puede hablar de Dios sino en cuanto la experiencia que relata el hombre estudia cada una de esas disciplinas. A lo más que
puede llegar es a describir la idea de Dios que tiene un individuo o un grupo de personas, pero no puede ni definir a Dios ni determinar o comprobar su
existencia.

Para hablar de Dios es necesario tener fe y hacer teología.

Por eso asumimos que la Iglesia, desde su doctrina, en diálogo interdisciplinar, viene a iluminar la investigación científica sobre la persona humana.
¿Qué es la fe? Recordemos las distintas dimensiones que tiene esta realidad. Un acervo de conocimientos, sería la doctrina de fe.
Una manera de ver y realizar la vida es la actitud de fe.
Dar por hecho la existencia de Dios, es un aspecto de la fe.
Aceptar y seguir la Palabra con la que Dios se relaciona conmigo es un acto de fe.
¿Qué sucede en mi existencia cuando digo que tengo fe? Percibo la existencia de Dios
Percibo que Dios, si quiere, puede comunicarse conmigo, que no basta que yo lo busque para poder entrar en contacto con Él. Podría elaborar una
muy personal imagen de Dios y quedarme con eso, y engañarme. Como cuando sucede con la relación interpersonal, que creo conocer a una
persona, pero poco a poco voy descubriendo más y más su realidad. Para muestra basta un botón, el matrimonio es una experiencia de conocimiento
mutuo que comienza con el noviazgo pero que no termina nunca. Si la persona humana es inabarcable, lo será más la divina. Entra en acción mi
dimensión emotiva, porque la presencia de Dios me impacta, me llena de emociones de euforia, de alegría, temor, gozo.
En mi dimensión afectiva, de aceptación, de acogida, de valor.
En mi dimensión intelectual, de conocimiento, claridad, verdad, como un punto de referencia fundamental, que propicia un esquema de valores.
En mi dimensión relacional, además de abrir un horizonte de infinitud por el encuentro con Dios, afecta mi relación interpersonal, mi relación conmigo
mismo, de acuerdo a las pautas adquiridas en la relación con Él.

Proactividad

Con todo esto puedo decir que Dios viene a mi encuentro y que yo acepto encontrarlo. Eso supone las actitudes de relación interpersonal desde mi
persona hacia Él, como escucharlo, ponerle atención, aceptar o rechazar lo que Él me dice y descubrir lo que Él hace en mi vida. Si acepto la
relación con Él, lo voy conociendo, y ahí voy gestando mi fe personal, en una relación interpersonal que se va convirtiendo en adhesión. Una fe
que trasciende mi fe heredada, asumiendo la responsabilidad personal sobre mi propia vida en referencia a Dios.
La adhesión crece y puede llegar a la identificación, en donde el actuar mío trata de ser en sintonía con el actuar de Dios, busco su voluntad. Esta
relación es un aprendizaje de parte mía, me hago discípulo de Dios.
y esta es la dimensión de espiritualidad fundamental que señalamos como propia en la Iglesia, la del discípulo. Es la identificación que, en el
cumplimiento de su voluntad se convierte en una forma de vida personal que se proyecta en todas las dimensiones de la personalidad: intelectual,
afectivo, emotivo, relacional y en todos sus aspectos, así comienzo a atestiguar la presencia de Dios y puedo anunciarlo con palabras y obras.
Dado que soy siempre ser en relación, es normal, propio de mi condición, que este proceso de relación con Dios por la fe se traduzca en el amor a las
personas concretas, pues descubro que esa es la Voluntad de Dios porque Él me lo ha revelado así. No me lo imagino, Él me lo dice, me lo inspira
no sólo como una realidad poética, sino como existencia nueva por el don de su Palabra que se hace eficaz por mi respuesta y el don del Espíritu.
La fe influye, orienta, la relación que tengo conmigo mismo, con los demás en sus distintos estamentos: familiar, social, de amistad; y con el mundo.
Afecta mi cultura personal y la de mi comunidad. Pero esto no sólo a través de mí como individuo, sino como miembro de una comunidad.
Mi identidad es en relación con los demás. No estoy sólo, tengo autonomía de decisión, pero no es absoluta, es en relación con los demás.
Nuestras decisiones individuales afectan siembre a los demás, y viceversa.
El Otro Eterno existe y tiene conciencia de sí, se hace una imagen de sí al comunicarse consigo mismo; de esta idea que elabora de sí mismo, surge
el Lagos perfecto, engendrado desde la Eternidad. El Otro y el Lagos entran en relación de comunicación y amor, se hacen Uno solo; este hecho
comunicativo es en la perfección gracias a una Plataforma de Comunicación perfecta. El Otro, en cuanto engendra al Logos es Padre y el Logos en
cuanto engendrado es el Hijo; la relación entre ambos es interiorización y comunión perfecta, es el Espíritu.
Dios, uno y Trino, es comunicación y comunión eterna. Se comunica desde la eternidad proyectando su Palabra Creadora para que las cosas vengan
a la existencia. De manera especial crea la persona humana, hombre y mujer, distintos en su sexualidad, iguales en su dignidad. La sexualidad en las
dimensiones fisiológica, psicológica y espiritual, hace que el hombre se abra a la mujer como su complemento real, mirando que es "carne de su carne
y cuerpo de su cuerpo". La necesidad del otro es una realidad interior que no podemos saciar con nada más que con otra persona, nada la puede
sustituir. No podemos soslayar la existencia del Pecado. Si percibimos la existencia de Dios desde el hecho comunicativo, podríamos intentar explicarla
así. Aparece el Mentiroso. La mentira como pregunta es la más venenosa. Crea una situación de confusión que puede ir de lo intelectual hasta lo
existencial total. Hace desaparecer la verdad, suscita la inconformidad, que puede llegar a la violencia. Se trata del pecado, lo que destruye la verdad,
haciendo a un lado al Dios Uno y Trino como Verdad Eterna. La mentira rompe el proceso de comunicación que lleva a la comunión; desemboca en el
rompimiento de las relaciones con Dios, con el hombre, con la naturaleza, consigo mismo. El pecado no es sólo personal, inicia por una actitud
individual, pero tiene repercusión en las relaciones interpersonales, que van desde la complicidad, la afectación que daña al otro, hasta crear
situaciones sociales de rechazo de Dios, de mentira, de injusticia.
Sólo en la medida que dejemos que la Palabra de Dios entre en nosotros, nos podremos transformar de la mentira a la verdad, del pecado a la
salvación, de la muerte a la Vida. Es el proceso de nuestra iniciación cristiana.

Proceso de comunión y matrimonio

Esto nos invita a analizar el proceso que se da en la relación interpersonal, para llegar a la comunión y, eventualmente, el matrimonio. Toda nuestra
existencia es un proceso y toda nuestra existencia es para la comunión. No podemos separar estos aspectos de nosotros mismos. Por eso los
analizamos.
El encuentro interpersonal se da desde la etapa intrauterina, cuando la madre porta en su seno a su hijo. Esta relación va creciendo en la medida que
el hijo va creciendo; pero ambos crecen en el conocimiento mutuo, en la intuición del uno y del otro, de la interiorización de la relación. Se interioriza
no sólo el mensaje que se envía el uno al otro, sino a la persona misma. De modo que la madre no sólo físicamente lleva en su interior al hijo, sino
que lo comienza a llevar psicológicamente en su interior y, si lo descubre como don de Dios, también espiritualmente. De la misma manera el hijo,
comienza a tener la relación psicológica con la madre.
La continuidad en el desarrollo implica la continuidad en la ampliación de las relaciones interpersonales: el papá, los hermanos, los coetáneos y los
demás que poco a poco van siendo percibidos por la persona como distintos a ella. Y así llegamos a las relaciones de compañerismo, de amistad en
la preadolescencia y en la adolescencia, hasta comenzar a consolidar la identidad y, con ello, las relaciones de amistad.
Es un eco del texto citado del Génesis, que relata la creación del hombre y cuando le pone Dios a los animales delante de él, resulta que ninguno
está a su nivel de relación, pero sí puede apropiarse de ellos, les pone su nombre. Cuando Dios crea a la mujer, el hombre exclama: "ésta sí que
es hueso de mis huesos, sangre de mi sangre; se llamará varona".
Somos imagen y semejanza de Dios. Por revelación sabemos que no podemos existir solos, en aislamiento. Necesitamos del otro que es distinto, en el
mismo nivel de existencia, para la complementación de mi existencia.
Ahora se ha desarrollado la ideología de género a partir de una necesidad de mirar con igualdad a la mujer por parte del hombre; pero esta
necesidad es al contrario también. El ideal es superar el machismo y el feminismo, volver al origen no significa anular una parte, sino descubrir la
belleza de la complementación. Si no fueran el hombre y la mujer distintos, no sería posible la complementación; no se da la verdadera
complementación entre iguales, pues uno se someterá al otro.

Iglesia, misterio de comunión y misión

En este proceso de comunión, de desarrollo interdisciplinar, ¿qué es la Iglesia? A veces hacemos un esquema natural de la vida. Nos confundimos
pensando que, como hemos recibido la fe por herencia cultural, es normal el proceso de desarrollo integral, tomando en cuenta la vida de la Iglesia como
parte de la cultura y, resulta que confundimos la realidad Iglesia con la realidad sociológica de la comunidad vecinal, étnica, cultural, o con el grupo
integrado psicológicamente.
La Iglesia no es una realidad natural. Implica la acción del Padre por el Hijo en el Espíritu, y la opción de cada persona para responder a la Trinidad.
Si Dios existe es Dios, es creador, dueño de todo. Si existe así, es mi creador y, si quiere, se comunica conmigo. Y esa es la verdad, Dios ha querido
comunicarse conmigo para estar conmigo, para halarme a participar con Él de su ser.
La Palabra se hace carne, por obra del Espíritu Santo. La Palabra revela y, al mismo tiempo, regala la Vida del Padre. Él ha venido al mundo para
que en Él tengamos vida. Respetando la libertad que dio al hombre para su desarrollo, se le presenta como el que da la Vida eterna. El hombre lo
acoge, de manera personal. Él, paso a paso lo va llevando. Así lo había hecho a lo largo de la historia de la vida humana, de modo que hacía con
él Historia de Salvación. Le habló por medio de mensajeros y desde entonces el Espíritu Santo los guió como un Pueblo. Es todo un camino
educativo que, por la Palabra va dando el cauce de vida a su elegido, al que ha llamado y decidido acompañar.
Dentro de ese camino pedagógico, el hombre aprende a mirar hacia Dios, a saber que Él es el creador, que está en su existencia como principio y
horizonte definitivo. Dios quiere hablar con el hombre y lo hace de manera definitiva en su Lagos encarnado, Jesús de Nazaret, como cumplimiento de
su Palabra-Promesa. Es el Maestro que forma discípulos. El camino del discipulado es el camino del encuentro, del diálogo, del proceso de comunión.
En la dimensión antropológica se da este proceso del encuentro-diálogo hacia la comunión, con algunas etapas.
Comenzamos buscando al otro. Esto porque en el proceso de desarrollo y llega el momento de la necesidad de intimidad, de identificación. O bien
porque, después de una experiencia de rotura, surge /a necesidad del otro.
Hay algo que me atrae del otro, y puede que la atracción sea mutua y se inicia una interacción que va permitiendo el mutuo conocimiento. Es un
momento de gran simpatía, que permite sobre todo la empatía en niveles superficiales, aunque a veces llega a tocar elementos profundos de las
personas. Optimismo y esperanza son elementos de la experiencia en esta etapa; si es amor de noviazgo, entonces aparece un sentido de plenitud y
completamiento. Después de esa etapa sigue una interacción en la que, con más confianza de parte de cada uno, comienza la manifestación más
clara del deseo de conducir la relación. Es una necesidad de seguridad, de liderazgo, de poder. Surge casi como natural. Entonces comienza el
conflicto y la lucha por conducir el proceso.
Después de esa etapa tensa, surgen tres posibilidades. Una es la de romper, y volver a la soledad inicial. Otra es la de crear una relación en donde,
sin decirlo, las personas llegan a acuerdos sobre quién y en qué domina o se somete, conduce o depende en distintos aspectos de la relación.
La tercera, se abre al cauce del proceso en la línea de la verdadera comunión, con el sentido de crecimiento de cada persona, en ayuda,
comprensión constante, aceptación y autodonación mutua en libertad. Es la etapa final, la ideal, en donde la amistad y el amor es la fuente de vida de
las personas, se van abriendo a más y más relaciones, con la fuerza de su propia experiencia.
En el proceso de comunión, el matrimonio puede aparecer en cualquiera de las etapas señaladas, lo cual puede propiciar la permanencia o no en la
comunión dentro del matrimonio. Es una dimensión de fe la que puede sustentar la continuidad del proceso hacia la auténtica comunión, pues la fe
no anula pero sí orienta todas las dimensiones de la persona.
Esta comunión, de acuerdo al Evangelio que refleja la vida de la Trinidad, es también vivida como un proceso. La pedagogía de Jesús lleva a la
formación de la comunidad. Esta comunidad está fundamentada en la fe. No se basa sólo en las actitudes afectivas, sociales, o de convencimiento
intelectual de una u otra línea teológica. Es la fe como respuesta al evangelio que ilumina todas las dimensiones de la persona humana, que orienta
hacia la auténtica comunión. Y, en este ámbito de la fe, es la acción del Espíritu que mueve a dar la respuesta al llamado del Padre para seguir a
Jesús. Es el Padre el que llama a vivir en la comunidad como discípulos de Jesucristo y bajo la acción del Espíritu Santo.
En la vida de la Iglesia, entonces, se dan distintos tipos de relaciones como respuesta al Padre, bajo la guía del Espíritu, para seguir el mandato de
Jesús: Las relaciones con la Cabeza, en sus distintas dimensiones: el Papa, el Obispo, el párroco, con sentido de obediencia, colaboración y diálogo.
Las relaciones con los miembros de la comunidad con quienes formamos equipos de trabajo, que implican presbíteros, religiosos y laicos.
Las relaciones con los miembros de la comunidad a los que servimos, como pueden ser laicos y religiosos en distintos campos.
El primer objetivo de estas relaciones es la comunión en sí misma, como expresión de fe y, en consecuencia, como testimonio del discípulo de
Jesús. Las relaciones para formar la comunión en la Iglesia se fundamentan en una actitud espiritual, que orienta y trasciende todas las dimensiones
de la vida humana. Esta comunión es, en sí misma, expresión de la misión de la Iglesia, punto de llegada e inicio del proyecto misionero. No es sólo
cuestión de organización, sino de una identidad de la Iglesia.
Con frecuencia pensamos que una buena organización es el requisito para la evangelización. Lo que en realidad es requisito es [a madurez en la fe
que lleva a la comunión para la misión. Es fácil que a alguno se le ocurra un proyecto de evangelización estupendo, pero a la larga se dará cuenta
de que no alcanza a realizar todo lo que este ministerio implica.
Ciertamente el proceso de comunión implica relaciones directas. De modo que, para lograr que la comunión sea el fundamento de la misión, implica
procesos de planeación participativa y, la realización de acciones concretas, supone una interacción de diálogo permanente. El diálogo es una
dimensión sacramental de la vida de la Iglesia, pues es expresión de su dinamismo de comunidad que lleva a la unidad, a la santidad, al anuncio de la
salvación, a ser Sacramento de Vida.
El diálogo pastoral no es un simple ejercicio de acuerdos. Es un proceso de discernimiento evangélico desde la fe. Este proceso de discernimiento en
la fe es un ejercicio apoyado, por ejemplo, en la Lectio Divina. Aprender a leer la Escritura en el contexto de cada lugar, de cada proyecto. De ahí
pasar a la meditación y la oración, para poder decidir actuar la voluntad de Dios en cada acción pastoral, en el proyecto de cada comisión y
dimensión pastoral, en el Plan Diocesano.
Todo proyecto pastoral, todo plan, todo programa, es una acción comunitaria. Las relaciones de comunión no son marcadas por el período de
ejercicio de una actividad determinada. Las relaciones de comunión, para ser tales, han de ser permanentes, estables, aunque cambien las personas
que participan, y aunque cada persona cambie de grupo, de lugar, de actividad.
Terminamos diciendo que las relaciones interpersonales en la espiritualidad de comunión han de llegar a ser un modo estable de vivir, como fruto de la
conversión permanente, integral, lo cual implica la conversión pastoral. Jesús, en el Evangelio, se presenta como el hombre de la comunión, el
educador para ella y el promotor de la misma, es el Santo que nos participa de la santidad de Dios.
Hasta donde yo sé, en México, un requisito es que el candidato esté casado. Esto implica una madurez afectiva, suponiendo que el Matrimonio es
un modo de vivir el amor oblativo, la madurez de la entrega mutua, integral, para ser expresión del Dios uno y Trino. Sabemos todo lo que significa el
Sacramento del Matrimonio, en su riqueza teológica, espiritual y pastoral. Va en la línea de la formación de la comunidad.
Esta es la primera relación que el Diácono ha de cultivar, antes de cualquier otra. Antes de salir de casa, construir la Iglesia Doméstica. Por eso la
esposa del diácono recibe la misma formación que su esposo y firma, libremente, un acta en la que acepta que su esposo se prepare y, si es el caso,
reciba la ordenación. Esa dimensión de vida se va a proyectar en el ministerio del diácono, como servicio a la comunidad.
¿Cuál es el perfil del Diácono? Cada diócesis lo elabora a partir de su Proyecto Diocesano de Pastoral. En general sabemos que el elemento
fundamental es el de la Caridad, o la Pastoral Social. Le toca extender las relaciones de la Caridad, del mandato del amor a los más necesitados. Es
necesario que cada comunidad logre organizar la caridad y toca al diácono expresar esa dimensión de la ministerialidad de la Iglesia.
Respecto a su proceso de fe, después de vivir una profunda iniciación-reiniciación cristiana, el diácono ha de ser miembro activo, como laico, en su
comunidad inicial y, mejor, si es casado, lo sea con su esposa. De ahí pasar a la formación como Lector y como Acólito, no sólo para tener una
capacidad litúrgica, sino para que su proceso espiritual tenga todo el sentido del testimonio (lector) y servicio (acólito).
Dentro de esta descripción de su perfil básico, está la importancia de las relaciones interpersonales del diácono con cada nivel de su trabajo: con el
obispo como colaborador, servidor, fiel transmisor de su mandato. Con el presbítero, en la misma línea, de colaborador en la dimensión más
concreta como es la comunidad parroquial o el área pastoral en la que realiza su ministerio. Entra en juego su testimonio como servidor. Hacen falta
más testigos que maestros. En el proceso de evangelización, una tarea importante es la de anunciar el kerigma y acompañar en la catequesis básica
a los adultos que no han recibido la iniciación cristiana y que se están preparando para ello. Acompañar es da alguna manera ser padrino. La
relación del auténtico padrinazgo supone testimonio de fe, capacidad de escucha, de consejo, de estímulo a la fe. La capacidad de mistagogo es un
modo de relación profunda, como teólogo, como guía espiritual, en el proceso de discernimiento de la fe inicial del catecúmeno.
Las variantes en la pastoral social son grandes, marcadas por cada diócesis. Entre los nativos, entre los migrantes, entre los marginados, algunos
sectores laborales, en ámbitos de la cultura, de la educación, de la política (no para ser electo, sino para formar conciencia ciudadana en general).
Esto toca profundizar a cada uno en su realidad concreta.
Directorio de la
Arquidiócesis
Santoral del Diaconado