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Cuatro situaciones

Si lo que acabo de citar es correcto, cabe preguntarnos por qué la mayoría de los diáconos hoy tienen una actuación limitada en la liturgia romana. Por
eso conviene que ahora consideremos algunas de las causas y circunstancias que han contribuido a tal inercia diaconal. Lo haremos en lo posible, en orden
cronológico.

En primer lugar, la idea siempre viva
En primer lugar: aunque el diaconado ejercido en forma permanente cesó casi por completo en la Iglesia de occidente por, más o menos un milenio, la
liturgia latina mantuvo vivo el oficio diaconal en todas las ceremonias de la Iglesia . El diaconado, ciertamente, no cesó de existir en la liturgia. Ahora bien,
como en la mayoría de las veces, no había diáconos, el oficio diaconal fue desempeñado por presbíteros vestidos de diácono, esto es, en
dalmática. Las reformas del Concilio Vaticano II prohibieron a los presbíteros la práctica de vestir los ornamentos propios del orden diaconal, pero
mantuvieron que en ausencia del diácono, los presbíteros revestidos de ornamentos propios al presbiterado, puedan ejercer el oficio del diácono,
especialmente cuando celebra el obispo.
"Los presbíteros que participen en las celebraciones episcopales, hagan sólo aquello que les corresponde como presbíteros; si no hay diáconos,
suplan algunos de los ministerios de éste, pero nunca lleven vestiduras propias del diácono" (Ceremonial de los Obispos, Renovado según los decretos
del Sacrosanto Concilio Vat. II y Promulgado por la Autoridad del Papa J. P. II Consejo Episcopal Latinoamericano, 1991. Números 21 y 22).
Pasaron unos diez años entre el cese de la antigua Misa Solemne, con diácono y subdiácono, y la restauración del orden del diaconado. Tal parece que
ese hiato fue suficiente para que la comunidad eclesial olvidara la antigua "misa de tres padres" con el ministerio diaconal tan intensivo que conllevaba. De
pronto aparecieron los diáconos, pero su función en la liturgia ya era desconocida por muchos o se veía grandemente disminuida o reducida por otros.
Lo que no ocurrió en un milenio, ocurrió en diez años. Ciertamente, las rúbricas de los ritos renovados fueron muy parcas. Solamente con la
promulgación del nuevo Ceremonial de Obispos de 1991, se han aclarado muchos puntos oscuros y hasta mal interpretados de la renovación de los ritos
litúrgicos del rito romano. Por eso tenemos que consultar el Ceremonial.

En segundo lugar, un oficio canalizado por otras vías
En segundo lugar: con la reforma post conciliar se llegó a establecer formalmente la participación laical en muchas funciones litúrgicas (cf. Directorio n.
41), que ya venía desde los pontificados previos al de S.S. Juan XXIII en la llamada "misa dialogada" (en la cual el pueblo respondía en latín todo lo que
usualmente correspondía al acólito y recitaba el ordinario en latín con el celebrante) y también en la "misa comunitaria" (donde el pueblo cantaba una
paráfrasis vernácula del Ordinario de la Misa) que el movimiento litúrgico había impulsado. Así, por ejemplo, se formalizó la llamada Oración
Universal o de los fieles. Al faltar el diácono y al no haber un presbítero en dalmática que tomara su oficio, las intenciones de esta Oración Universal
pasaron a un laico. Esta práctica está muy generalizada hoy día aunque el ministro idóneo, sea, en primer lugar, el diácono, y así lo establecen las
rúbricas (C.E. 25) y la tradición oriental como occidental.
Como sucede con la Oración Universal, también sucede con otras funciones que son propiamente diaconales. Por ejemplo, dirigir las moniciones al pueblo
(Ceremonial del Obispos Número26), servir al celebrante en el altar tanto en lo referente al libro como al cáliz (Ceremonial de Obispos Número 25).

En tercer lugar, ¿De cuando acá un diacono?
En tercer lugar, como efecto de lo antes dicho, el diaconado se restaura en el mundo que ya no le conoce. Es más, cuando llega un diácono a una
parroquia que nunca ha tenido ese ministerio, tal parece que el nuevo ministro, le "quita" o le "roba" actuaciones a muchas personas, por ejemplo, al
celebrante, al monitor, al turiferario, a los acólitos, a los ministros extraordinarios de la comunión, y así a otros tantos para mencionar solamente la Misa.
Entonces se oye algo así: "esto siempre lo ha hecho un lector ¿Por qué se le da ahora a un diácono?".
Cabe mencionar, que en la Misa Solemne el celebrante llegó a recitar en voz baja el Introito, los Kyries, el Gloria, la Epístola, el Gradual y el Aleluya, el
Evangelio, el Credo, la Antífona del Ofertorio, el Sanctus, el Agnus Dei y la Antífona de Comunión, sólo para mencionar algunas de las partes de la
misa. Esto lo hacía el celebrante mientras el coro y el pueblo cantaban en latín sus partes respectivas y el subdiácono leía la epístola. El Evangelio lo
leía el celebrante en voz baja primero y el diácono (presbítero vestido de dalmática) proclamaba solemnemente el Evangelio. Se llegó a pensar por
algunos autores que la acción del celebrante era la única necesaria y que las funciones de los demás ministros y del pueblo eran superfluas. Lo
importante era que el padre lo dijera y lo hiciera todo. Por este estado de cosas, la Constitución sobre la Sagrada Liturgia reiteró un principio muy antiguo
y al parecer olvidado, y que dice así: "cada cual, ministro o simple fiel, al desempeñar su oficio, hará todo y sólo aquello que le corresponde" (SC n. 28).
Al ocupar su puesto en la nueva liturgia, el diácono debe ejercer todo su oficio y solamente su oficio. Para cumplir con este cometido, debe el diácono
conocer bien su oficio. De nada sirve reclamar sin saber qué se reclama. Claro, que lo que se aplica al diácono, se aplica también al celebrante y
demás ministros. Todavía hay algunos celebrantes que parecen no entender la presencia litúrgica del diácono que sirve sin presidir. Todavía
lamentablemente se escucha la expresión "monaguillo glorificado".

En cuarto lugar, la asombrosa supervivencia del maestro de Ceremonias
En cuarto lugar: En la práctica ha sobrevivido a la renovación post conciliar del Vaticano II un ministro que no aparece en ninguna de las rúbricas e
instrucciones u ordenaciones de los actuales ritos: esto es, el Maestro de Ceremonias; hoy por hoy, el ceremoniero muchas veces asume una autoridad tal,
que tiende a inhibir de su oficio a los demás ministros, al diácono en particular.
El Ceremonial de Obispos propone la necesidad de un maestro de ceremonias, que coordine, organice, ensaye, dirija las ceremonias como preparación a
las mismas. Pero dice claramente en su número 35 que el ceremoniero "coordine oportunamente con los cantores, asistentes, ministros, celebrantes,
aquellas cosas que deben hacer y decir. Dentro la celebración obre con máxima discreción; no hable nada superfluo, no ocupe el lugar de los diáconos y
de los asistentes al lado del celebrante". Es de notar que el ceremonial menciona al ceremoniero en sus números 34-37 y luego no lo menciona más en
sus 1210 números.

Percepción de un Obispo
Yo, como Obispo, les puedo decir con toda sinceridad que al Obispo le resulta muy práctico tener un ceremoniero que conozca exactamente el "cómo" y el
"por qué" de lo que el Obispo requiere, tanto en las celebraciones de catedral, como cuando visita otras Iglesias, una persona así lo facilita todo e inspira
confianza de que todo lo que se refiere a la persona y oficio del Obispo quedará bien. Yo creo, sin embargo, que no sólo un diácono ( como lo indica el
número 36 del Ceremonial) puede hacer de ceremoniero, sino que el Obispo puede elegir un cierto número de diáconos para que sean sus "familiares" y
que siempre desempeñen el oficio de los dos diáconos "asistentes" (antes llamados diáconos de honor) que atiendan al Obispo a su derecha e izquierda.
Estos diáconos "asistentes" se ocupan de la persona del Obispo (n.26). Cuando el Obispo visita una iglesia, lleva a sus "asistentes" que saben bien como
atenderle, por ejemplo, con la mitra, el báculo, el misal, el incienso, el hisopo, etc.; mientras aquellos diáconos (o diácono) que desempeñan el oficio de
"ministrante" son los que tienen a cargo lo que se hace en todas las misas, como es la proclamación del Evangelio y la atención del altar con el cáliz y el
misal. También son los "ministrantes" los que se dirigen al ambón para la Oración de los Fieles y las moniciones (números 25 y 26). Como dije
anteriormente, hay distintos carismas entre los diáconos y algunos serían idóneos para servir de "asistentes" al Obispo, otros, los "ministrantes" pueden
desempeñar las funciones que mejor conocen porque son las usuales.
Tenemos que rogar al Señor para que conceda una tregua, la proverbial paz de Dios, en que los maestros de ceremonias y los diáconos puedan
estrecharse en un abrazo de paz, de concordia, amor y respeto mutuo.
Hay otras razones y circunstancias que contribuyen a que el diácono se vea disminuido en su oficio y quede reducido a un personaje pasivo en la liturgia.
Se necesita que el pueblo y demás miembros del clero, esto incluyendo a algunos diáconos, sean catequizados en cuanto a la identidad y oficio del
diácono. En la mente de muchas personas se pasa por salto del laicado al presbiterado. Se habla mucho de ministerios eclesiales laicales. ¿Dónde
quedan los diáconos? Que se oiga más en las oraciones de los fieles "por las vocaciones al sacerdocio, al diaconado y a la vida religiosa". Después de
todo, el diácono es también "llamado" por Dios.

La Caridad, reduccionismo y realidad
Primero, ante todo, una aclaración necesaria: hay quienes caen un reduccionismo del diaconado al ministerio de caridad y este ministerio restringido a la
acción social. Este es un peligro del que tenemos que estar conscientes para no caer en un concepto muy limitado del diaconado. Hay diáconos que
poseen un carisma especial para el ministerio de la acción social dentro de la caridad, pero el diaconado no se puede reducir a la acción social solamente.
Hay diáconos que han sido formados para la acción social y se les ha inculcado que todo lo demás es de segunda y terciaria importancia. Se llega a decir
que el diácono no tiene por qué servir en el altar. El diaconado no se puede, no se debe reducir al servicio social.

La otra cara
Cuando se menciona la caridad, enseguida nos viene a mente el amor. "Dios es amor" (1 Jn. 4, 16). Da satisfacción pensar que el diácono sea ministro del
amor porque el amor está al centro de la vida cristiana: ubi caritas est vera, Deus ibi est, que significa "donde hay verdadera caridad, allí está Dios".
Además del ministerio de la palabra y el ministerio litúrgico, el diácono tiene como su responsabilidad el "ministerio de la caridad". Es sobre todo a este
ministerio que se refiere a la elección de los "primeros diáconos" por los apóstoles, entre los cuales se encontraban San Esteban. Desde la situación
presentada en Hechos 6, se ve al diácono llamado a este ministerio: la administración de la caridad, la solicitud por los necesitados fue siempre el oficio de
los diáconos mientras éstos existieron en occidente. San Lorenzo, archidiácono de Roma es el mártir de la caridad y patrón de los diáconos
entregados de una manera particular a este oficio del amor hacia los pobres a quienes reconocía como el tesoro mayor de la Iglesia..
La Iglesia siempre tendrá un lugar preferencial en su corazón para los pobres y los necesitados. La diakonia de la caridad es, por cierto, la responsabilidad
de toda la Iglesia. El hecho, sin embargo, de que en la persona del diácono este servicio esté sacramentalmente ligado a la proclamación de la palabra y
la celebración de la liturgia, demuestra que la caridad a la cual estamos llamados los cristianos tiene su origen en Cristo, en el misterio de su encarnación,
muerte y resurrección. Este oficio que el orden episcopal confía al diácono en forma especial, es derecho y deber del diácono (Cf. Decreto Apostolicam
actuositatem, no. 8) Es este un tesoro del cual el diaconado no puede deshacerse, tesoro que es de institución apostólica. Aún si la sociedad moderna
extirpara completamente la pobreza, siempre habrá lugar para la caridad y allí, el diaconado.
Se dice que la caridad comienza por la casa. Dé el diácono el ejemplo por medio de su casa y familia construya la Iglesia doméstica. Dé ejemplo a
través de su vida cotidiana. También de su predicación del Evangelio que ha de ser de palabra y obra. Dé ejemplo a través de su oficio litúrgico tan
rico en caridad y amor. Nútrase de la oración individual, íntima.
El encuentro con Dios, que es amor, lleva al encuentro amoroso con el prójimo. Por eso el diácono debe conocer las necesidades del pueblo fiel, para
incluirlas en la Oración Universal en la liturgia tanto de la Misa como de las Horas y en su oración privada. Incluya allí también las necesidades de los
hermanos diáconos y demás clero. Presente las necesidades del prójimo ante la jerarquía y esté consciente de que estas necesidades son materiales,
espirituales, culturales, de piedad y tradiciones populares, en una palabra, son necesidades humanas.
Ejercite la caridad sobre todo con los presbíteros. Dé apoyo moral y espiritual, de igual manera al Obispo. Hágalo aún cuando no reciba de los demás
clérigos el apoyo que él necesita. Recuerde que a él se aplican las palabras del Maestro: "El Hijo del Hombre no vino para que le sirvieran, sino para
servir" (Mc 10, 45). La generosidad del diácono para con el Obispo y los presbíteros debe ser mutua e ilimitada como es la generosidad del diácono
Jesucristo.
A mis hermanos en el episcopado pido que se mueva a facilitar a los diáconos la accesibilidad a instituciones que requiera su presencia amorosa. Pienso en
los hospitales y sobre las cárceles donde muchos gobiernos hacen el acceso casi imposible.
Infórmese el diácono sobre agencias públicas y privadas, así como órdenes religiosas, que socorran diferentes necesidades humanas. De esa manera
el diácono podrá referir casos a dichas agencias o inclusive cooperar con ellas.
Forme asociaciones o grupos laicales, especialmente de jóvenes, para que, inflamados por el amor de Cristo, visiten y ayuden a los necesitados y trabajen
a favor de los pobres.
Por último el diácono es agente de la justicia y la paz, ya que en virtud de su oficio de caridad tiene la responsabilidad de promover y siempre buscar el
Reino de Dios y su justicia. El diácono ha sido ordenado, consagrado de por vida a ser sacramento, signo vivo, eficaz, del ministerio o servicio de Cristo en
su Iglesia. Recuerde siempre el diácono que él es signo visible de Cristo Siervo en este mundo.
Es de notar que dando una vista rápida a los libros de ceremonias anteriores a los actuales, se revela la omnipresencia de los maestros de ceremonias. Por
lo general había dos y en algunos casos tres. Ellos facilitaban todas las ceremonias y por ello se entiende su supervivencia hasta hoy. Pero su actuación
era tan obvia, que parece que reducía al celebrante y demás ministros a un alto grado de incapacidad. Hoy en día no se menciona a los ceremonieros
en los ritos renovados porque se supone que cada ministro conozca su oficio, tan plenamente como para desempeñarlo sin que otra persona tenga que
prácticamente llevarlo de la mano, como se hacía antes.

La opción preferencial por los pobres
Por medio de esta postura ante las necesidades de las víctimas de la injusticia, la Iglesia busca dar testimonio de la solidaridad que es el tener el fruto del
encuentro con Jesús, insistiendo que esta solidaridad no es algo "añadido" a la vida de la fe sino la consecuencia en el terreno de la historia de la
conversión y la comunión creadas por el encuentro. Es decir, la diaconía de la caridad es inseparable de la diaconía de la palabra y de la liturgia ya que
tiene el mismo origen que ellas en el misterio pascual.
A mí me parece que el diácono, ministro del altar, es la privilegiada representación de esta relación entre la Eucaristía (conversión y comunión) y la
lucha por la justicia social.
Durante cientos de años, los diáconos fueron administradores de los bienes temporales de las comunidades cristianas y se ocuparon de las obras de
caridad. El patrono de los diáconos, San Esteban, es ejemplo de esto. Ahora, quiero recordarles que aún cuando San Esteban es un ejemplo sublime de la
diakonía; el encargado de la administración del dinero y de la caridad entre los Apóstoles del Señor fue Judas Iscariote... Por eso, el modelo supremo
del diácono debe ser Cristo y sólo Cristo: Cristo Siervo del Padre, Redentor de la humanidad. En su "administración" el diácono debe, pues, de estar muy
consciente de quién es su modelo y de quiénes son aquellos a quien sirven: Cristo, la Cabeza y la Iglesia en su cuerpo. Que no sea ya él, sino Cristo
quien viva y actúe en el diácono porque "ahora quedan tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la más grande de todas es el amor" (1Cor. 13, 13).

Ministerio triple: Conclusión
Habiendo terminado de ver por separado los tres oficios del ministerio triple del diaconado sólo queda aclarar y de nuevo recalcar que hay carismas
especiales y que unos diáconos pueden disfrutar más de un carisma que del otro. Así es la naturaleza humana. Ahora bien, por esto no se ha de
entender que la Iglesia debe ordenar diáconos predicadores a solas, o diáconos liturgistas a solas o diáconos elemosinarios a solas. Estos oficios no se
excluyen mutuamente. Se trata de tres oficios concéntricos y el diácono debe procurar desempeñarlos, de acuerdo con su llamado, con cierto sentido de
proporción y ante todo, en la persona de Cristo Siervo.

IV. Prospectivas: (de cara al futuro) UNIGENTUSA FILIUS, IPSET ENARRAVIT: El Hijo único lo ha revelado (Jn 1, 17).

Hasta ahora hemos tratado de estudiar lo que constituye la identidad del diaconado permanente.
También hemos enumerado algunas de las funciones asignadas a los diáconos. Estos oficios se han presentado desde la perspectiva de la palabra, la
liturgia y la caridad y hemos desglosado las funciones en cada una de sus perspectivas.
Ahora, presentaremos algunas de las prospectivas que según mi entendimiento tiene nuestra Santa Madre Iglesia para el orden del diaconado. Es de
esperar que tras casi un milenio de la ausencia del diaconado permanente en la Iglesia de occidente, su aparición luego del Concilio Vaticano II, no ha sido
entendida por muchos, ni aceptada por todos.
Hemos venido aquí para dejar por detrás al "hombre viejo". Junto a las tumbas sagradas de los apóstoles Pedro y Pablo venimos para entrar de nuevo
en la fuente de nuestra identidad. Vamos a dejar el pasado para re-organizar nuestro ser. Vamos a renacer en nuestro ministerio, ya sea episcopal,
presbiteral o del diaconado.
Aquí en el seno materno de nuestra Iglesia que da a luz al ministerio diaconal. El diaconado participa de la sacramentalidad del ministerio de los apóstoles.
Por eso podemos hoy tratar de descubrir las posibilidades del diaconado hacia el futuro. Hemos visto las experiencias del pasado y los problemas del
presente. ¿Cuáles son las oportunidades para el futuro? ¿Qué indica el encuentro personal con Cristo-siervo encarnado cuando nos encontramos hoy
con él.
El encuentro nos revela que somos un ministerio tan antiguo como la Iglesia misma. También nos indica que estamos en proceso de resurrección
después de mil años de letargo. ¿Sería indicado "reconquistar" o "capturar" lo que otros por siglos vienen haciendo en lugar nuestro? No, esa no es
buena idea. Hoy otros hacen lo que los diáconos hacían en la antigüedad porque el ministerio apostólico se encargó de llenar sus lugares. Pero no se
trata tampoco de inventar o diseñar nuevas áreas para el "nuevo" ministerio diaconal. Se trata de una conversión general: de reconciliarnos para unir
esfuerzos. El trabajo sobra. Hay trabajo para repartir entre todos los llamados: unos llegaron a primera hora, otros a última hora (cf. Mt. 20, 1). Entendemos
todos que los pensamientos de Dios, no son como los nuestros. Ahora él llama, a esta hora de gracia nos llama, temprano o tarde, sea la hora que sea. De
él viene todo; de nosotros nada. La hora de convertirnos ha llegado, no de imponernos.
Nuestro triple ministerio es el mismo: se trata de desarrollarlo y no de buscar otro nuevo o distinto. Por lo tanto:
Sea le diácono ministro de la palabra tanto en la liturgia como en los medios de comunicación masiva. Sea catequistas en las parroquias, cárceles, en la
vida pública.
Sea el diácono ministro de la liturgia en toda su extensión. En lo que preside como en lo que no preside. Desarrolle el servicio sin presidencia, que es el
que le es propio. Facilite la celebración de todos para extender la comunión con Cristo y su Iglesia. Que su ministerio litúrgico contribuya a la belleza y
fluidez de las ceremonias, que es donde se optimiza el encuentro entre Dios y la humanidad y entre el ser humano. Que propicie ese encuentro en el
esplendor litúrgico de la belleza, la santidad y la verdad.
Que su caridad sea sincera en el amor. Caridad que ejerce en el predicación del Evangelio y en el servicio litúrgico. Caridad que se desborda hacia los
más necesitados y que ejerce hasta en lo más oculto, donde sólo dios se entera porque es en el pobrecito sin personalidad pública que Cristo
personalmente sufre. En el silencio de nuestra nada salta la palabra: es Cristo quien nos llama a cada cual por su nombre y nos dice "sígueme".
La Oración consecratoria del rito de ordenación al diaconado comienza así: "Escúchanos, Dios Todopoderoso, que distribuyes las responsabilidades,
repartes los ministerios y señalas a cada uno su propio oficio; inmutable en ti mismo todo lo renuevas y lo ordenas, y con tu eterna providencia lo tienes
todo previsto y concedes en cada momento lo que conviene, por Jesucristo, tu Hijo y señor nuestro, que es tu Palabra, Sabiduría y Fortaleza". Ahora yo
les digo que es aquí, en este momento jubilar e histórico que Dios nuestro Padre y creador y sabio en sus acciones les ha llamado al diaconado para que
sean los pioneros, los portaestandartes de este estado clerical al final y al inicio de dos milenios. Los ojos de la Iglesia están en ustedes, si la providencia
los favorece en su ministerio, el oficio del diaconado permanente atraerá muchas bendiciones a la Iglesia. Hoy día, a ustedes les ha sido encomendado
ejercer el diaconado en la Iglesia que se apresta a revelar a Dios en la Nueva Evangelización. Por lo tanto, en sus manos está parte del plan de salvación
de Dios. Ustedes son diáconos del nuevo milenio, diáconos de la Nueva Evangelización.
Debido a su cercanía a los fieles laicos, tomando en cuenta que un gran número de ustedes trabajan en compañías, empresas, industrias, agencias
gubernamentales, algunos son líderes obreros, ejercen en el magisterio católico o secular, dirigen un negocio propio o familiar, esto les hace llegar a esos
fieles de una manera particular. Es por esto que la Iglesia espera que ustedes cultiven aquellas virtudes que los apóstoles buscaron y encontraron en los
primeros siete diáconos. Esperamos que ustedes sean hombres de buena fama, entregados al servicio de los más necesitados, que gobiernen bien a su
familia para que así sean luz del mundo y sal de la tierra y que continúen con la misión de llevar a Cristo a todo el mundo.
Ustedes están llamados a conocer, proteger y a valorar a su identidad diaconal. La Iglesia les urge que se distingan por la integridad de su ministerio. Este
ministerio debe caracterizarse por un equilibrio saludable entre los oficios de la palabra, la liturgia y la caridad.
En estos tiempos donde debido al consumismo desmedido, la materialización de la sociedad, la pérdida de valores en muchos lugares ha ocasionado el
crecimiento de la cultura de la muerte, su vocación al diaconado les constituye a ustedes en brazo invaluable del Obispo. Hoy día su oficio diaconal con el
de los sacerdotes es muy necesario para el proceso de conversión que tanto necesitamos.
Debido a que muchos de ustedes han recibido el sacramento del matrimonio y a algunos también Dios les ha bendecido con el regalo de sus hijos y de sus
hijas, su ministerio diaconal les exige brindar un testimonio viviente de lo que constituye una verdadera familia cristiana en medio nuestro. Ustedes con mayor
empeño deberán por esforzarse en convertir a su familia en una iglesia doméstica y ser buenos esposos como lo es Cristo de la Iglesia. Es en su familia
donde primero ustedes han de ejercer su oficio de la palabra, la liturgia y la caridad.
El documento del Concilio Vaticano II, Ad gentes divinitus, en su número 16, plantea la necesidad de que el diácono en nombre del párroco o del Obispo
sea enviado a dirigir comunidades cristianas distantes. Esta necesidad plantea la posibilidad de que en algún lugar ya sea por ser distante o por haber
escasez de sacerdotes, el Obispo le puede pedir que usted le asista en la administración de esta comunidad parroquial como ministro encargado,
ejerciendo su oficio para promover la misión de Cristo.
"El que ha recibido el don de la palabra, que la enseñe como palabra de Dios. El que ejerce un ministerio, que lo haga como quien recibe de Dios ese
poder, para que Dios sea glorificado en todas las cosas, por Jesucristo. ¡A él sea la gloria y el poder, por los siglos de los siglos!" Amén. (1Pedro 4-11).
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Religión, religiosidad y sectas.
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Ordenación general del Misal Romano.
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